En lo que a mi profesión respecta, veo la TV, radio, internet o cualquier medio de comunicación y digo ¿¡Ésta porquería está al aire y yo no, qué demonios!? Y lo único que comienzo a concluir es que quizá me equivoqué de carrera, o que las maravillosas consignas de ‘el campo laboral es enorme’ no eran más que una sucia mentira un error; y si expongo este tema en el blog, no es porque me pasa sólo a mí, sino que a mucha gente de mi círculo cercano. Creo firmemente en eso de no bajar los brazos y dar la pelea por lo que te mueve de verdad y todas las enseñanzas que nos han dado los cuentos que leímos cuando chicos, pero hay un punto donde esa maravillosa moraleja no es más que eso: una historia para hacernos dormir.
Más que una queja sobre cómo funciona todo, sobre las mentiras que nos han contado, sobre los índices de desempleo que bajan y que nunca vemos reflejados a nuestro alrededor, sobre todas las personas talentosas que nos rodean (y a quienes rodeamos), cuyo talento quizá nunca vea la luz por que en ese trabajo que está hecho a la medida de uno prefieren pagárselo en $30.000 a un prácticante e irlos rotando cada 2 meses, que dársela a un profesional que quizá lo haga 200 veces mejor y que puede tener resultados reales, la idea de éste post es un desahogo y decir que seguir intentándolo quizá no sea la solución. Y ¿sabe qué? Está bien, no nos dé trabajo, no nos pruebe, no haga el intento, porque esto va a ser como el fútbol: en el momento menos esperado esos CD, esos mails o esas carpetas llenas de polvo que algún día llegaron a su escritorio pidiendo trabajo por el sueldo mínimo van a valer más que todo el trabajo de su vida y se va a haber arrepentido de no haber hecho esa contratación cuando el valor aún era bajo.
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